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lunes, 11 de abril de 2011

EL CUERPO: EXPRESIÓN Y CONTACTO

Un correcto equilibrio entre emociones y razón se refleja necesariamente en el cuerpo. Este revela a la perfección el sobrepeso de una u otra parte. El cuerpo hierático, inexpresivo, que pone de manifiesto unas emociones doblegadas ante el poder de la razón; o el incontrolado, reflejo de una emotividad desbordada, presta al galope desbocado ante el más mínimo estímulo. Una realidad y otra resultan los productos más característicos de una educación anclada en el pasado, que permanece en una visión dualista –cuerpo y alma- platónica en la que la parte concupiscible del alma, sede de los apetitos y deseos y la parte irascible, sede de las pasiones están ligadas al cuerpo, rigen sus funciones y perecen con él; mientras que la parte inteligible es la sede de la razón, siendo esta la única separable del cuerpo y la que debe guiar y dominar sobre las otras dos, evitando sus excesos, y la que conduce al hombre a alcanzar la sabiduría, en la que radica la verdadera felicidad. El cuerpo es pues, en la educación, vivido como un estorbo al que hay que anular, someter, ignorar.

El cuerpo, a la vez, nos remite a nuestro ser animal, y es la razón lo específicamente humano. El animal que llevamos dentro debe ser sometido para que pueda triunfar el hombre. Pero ese animal forma parte del ser humano, somos animal, naturaleza, instintos, pasiones, fiera, sentidos, deseo; y no siempre todo ello puede ser sublimado; y no siempre, todo ello debe ser sublimado. Es por ello que la consecuencia de una educación castradora de lo corporal no es siempre la anulación total, sino, también, coexistiendo a menudo en la misma persona, la explosión emotiva, de las pasiones, de los deseos, de la fiera que somos. Nuestro propio Doctor Jekyll y el señor Hyde.

Pero no es posible una adecuada educación emocional sin una apropiada educación del cuerpo que va mucho más allá de una educación físico-gimnástica-deportiva para incluir la expresión corporal, una educación para la salud, así como el trabajo de una correcta autoconciencia corporal alejada de estereotipos sociales, alcanzar el sentimiento de empatía hacia nuestro propio cuerpo sin el cual es imposible alcanzar la autoestima y un mínimo de felicidad.

El poder de la palabra ha supeditado al cuerpo al papel de mero soporte, pero la capacidad de manipulación expresiva de la primera es mucho más difícil con el segundo. La comunicación verbal y la no verbal han de ser un todo, en primer lugar porque esta última aporta un plus de matices expresivos, de mensajes que la palabra no es capaz; en segundo, porque resulta muy difícilmente tergiversable. Es por esto por lo que se prefiere anular. En nuestra tradición judeo-cristiana el cuerpo pone de manifiesto los bajos instintos, el pecado, la perversión, el deseo, aquello que hay que reprimir o, cuando menos, mantener encerrado en el ámbito de lo privado, de la intimidad.

Educar emocionalmente es liberar al cuerpo de estas ataduras. Permitir, incluso potenciar, la expresión de la alegría y de la tristeza, de la risa y del llanto. La expresividad corporal como un valor y dentro de esa expresividad, fundamentalmente la de los afectos. La empatía no es sólo un proceso cognitivo mediante el cual nos identificamos con el otro. La participación afectiva con la realidad del otro se expresa, en gran medida a través del cuerpo: de la mirada, del rostro, de la relajación corporal, de las manos, del tacto. En muchas ocasiones las palabras sobran y falta el acercamiento, el contacto, el abrazo, el beso. La racionalización no es siempre lo prioritario, hay momentos en los que no hay nada que decir que no sobre, lo que el otro pide sin decirlo puede ser coger una mano, un abrazo verdadero, sostenido; un beso cargado de ternura o calor; una caricia. Abrazos, besos, caricias o mero contacto que ha sido erradicado de la institución educativa y de la comunicación social para ser convertidos, a lo sumo, en un mero simulacro formal. El contacto corporal bajo sospecha. Reprimir lo más básico, lo más primario, aquello de lo que es imposible prescindir sin grave coste emocional y racional.


Educar emocionalmente sólo es posible desde un educador sin esa dicotomía cuerpo-alma, cuerpo-cerebro, cuerpo-razón. Somos únicamente cuerpo y en él y desde él sólo es posible integrar correctamente todos sus atributos. Liberar el cuerpo del educador para educar emocionalmente. Abrazo, beso, caricia, contacto, cercanía física, receptividad, acompañamiento, equilibrio, como recursos permanentes del encuentro que supone el hecho educativo. Encuentro entre dos cuerpos, entes totales, no entre dos mentes; y, por lo tanto, encuentro ente dos sujetos activos necesitados de comunicación y afecto, entre dos realidades que necesitan ser descubiertas a través de un cuerpo integrado. Encuentro entre dos personas, no entre dos roles sujetos a un guión preestablecido que hay que seguir al pie de la letra.