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viernes, 19 de agosto de 2011

Neutralizar la agresividad


Neutralizar la agresividad

FERRAN RAMON-CORTÉS 12/06/2011 EL PAÍS

Vivimos con un alto nivel de crispación: en la política, en el trabajo, en la calle... ¿Qué hay detrás de esta comunicación tan agresiva? ¿Cómo podemos combatirla?

Voy a buscar a mis hijos a la escuela. En un paso de cebra cercano a la entrada, por el que han de cruzar cada día los niños, me encuentro a un padre estacionado con su flamante Mercedes. Con absoluta serenidad, le hago notar que está bloqueando el paso justo en el punto por el que pedimos a diario a nuestros hijos que crucen para hacerlo con seguridad. Su respuesta no me atrevo a reproducirla. Lo más cariñoso que me dijo fue: "Métete en tus asuntos, y si te aburres, monta una ONG...", a lo cual seguía un grosero insulto.

"Es importante no caer en el terreno de juego de la agresividad ajena para mantener en todo momento nuestro juicio"

Estoy en la panadería del barrio. Dos chicas entran con un perro. Un cliente les llama la atención avisándoles de que está prohibido entrar en el local con animales. Entre ellas, pero alzando la voz para que el hombre las oiga, comentan: "Ya estamos. Otro [insulto] que se aburre en casa y tiene que venir a dar lecciones a la gente...".

Estas son solo dos anécdotas recientes. Pero lo cierto es que muchas veces uno tiene la sensación de que hoy día la agresividad flota en el ambiente. Una agresividad gratuita, innecesaria y que en ocasiones raya la violencia. Una agresividad que hace de la relación casual con los demás una experiencia nada agradable, y que pone en jaque la convivencia. Y cada vez que nos enfrentamos a ella surge la misma pregunta: ¿qué le pasa a esta persona?, ¿por qué tanta irritación?

Detrás de la agresividad

"La violencia es el miedo

a los ideales de los demás" (Mahatma Gandhi)

Ante un estímulo externo tenemos dos comportamientos posibles: responder o reaccionar. En el primer caso controlamos de forma consciente nuestro comportamiento. En el segundo actuamos sin control. En este contexto, la agresividad no es nunca una forma de respuesta, sino de pura reacción.

La reacción es un impulso automático del ser humano, que procede del instinto de supervivencia, y que tiene lugar cuando percibe un peligro o se siente atacado. Así pues, la agresividad es en esencia una reacción defensiva de alguien que en un momento dado se siente provocado.

Al margen de la agresividad patológica, que no es objeto del presente artículo, hay distintos orígenes para los comportamientos agresivos ocasionales con los que nos obsequia la gente en nuestro día a día:

- Hay agresividad que procede de nuestra inseguridad: cuando nos sentimos inseguros ante algo o alguien, cuando no dominamos algo y alguien nos cuestiona o nos pone en duda, la reacción por defecto será con toda probabilidad agresiva. Solo desde una gran dosis de seguridad personal podemos responder serenamente si alguien nos cuestiona.

- Hay agresividad que procede de nuestra falta de valor para decir lo que tenemos que decir: cuando tenemos que dar malas noticias, o hacer alguna observación negativa, y somos de los que nos cuesta hacerlo, nunca encontramos el momento adecuado. Y cuando finalmente hacemos acopio de valor, y lo decimos, nos vamos directamente y sin darnos cuenta al otro extremo, pasando de callarnos a decirlo con agresividad.

- Hay agresividad que simplemente procede de nuestra inquietud, de nuestros nervios: cuando algo nos inquieta, sea porque estamos ante una persona importante, porque hemos trabajado mucho en el tema o por cualquier otro motivo, es difícil responder ante cualquier observación sin alterarnos, manteniendo un tono constructivo.

- Y hay también agresividad que procede de nuestro sentimiento de culpa. Este sería a mi entender el caso de los ejemplos descritos al inicio. Cuando el sujeto se siente culpable y sabe que ha hecho mal las cosas, vive el comentario que le hagan como una agresión que le induce al ataque. En este caso, lo que hace es proyectar su enfado en los demás, cuando en realidad con quien está enfadado es consigo mismo.

En todos los casos la raíz es común, y se trata del miedo en cualquiera de sus formas o matices. Como afirma el Dalai Lama, "la ira nace del temor", y ciertamente, cuando alguien o algo nos da miedo, la reacción colérica o fuera de tono no se hace esperar.

¿Cómo responder?

"El buen juicio no necesita de la violencia" (León Tolstói)

A menudo, ante los ataques de alguien, no sabemos reaccionar. Aguantamos estoicamente su brote de ira, y nos quedamos por el camino con la sensación de que es esa persona la que en el fondo se sale con la suya y consigue sus fines (es evidente que el padre del flamante Mercedes no movió ni un centímetro su coche, y que yo desistí de hacer nada más al respecto).

Pero probablemente esto sea lo mejor que podemos hacer. La recomendación fundamental ante una persona irritada es por encima de todo no reaccionar nosotros, y en muchos casos ni tan siquiera la respuesta serena merece la pena, puesto que si el otro está fuera de sí, no va a procesar nada de lo que le intentemos decir.

Lo que es seguro es que ante una persona agresiva no lleva a ninguna parte dejarla en evidencia, afearle su conducta o intentar discutir. Porque caeremos inevitablemente en una espiral de reacciones y contrarreacciones que muy pronto nos hará perder el control a nosotros y nos encontraremos comportándonos a merced del otro.

Es importante vivir la agresividad ajena con la prevención de no caer nunca en su terreno de juego, no caer en la provocación y reaccionar, para mantener así y en todo momento nuestro juicio. Como afirmó Viktor Frankl, "no podemos controlar los acontecimientos, pero sí nuestra reacción a ellos", y, como nos recuerda Stephen Covey, "nuestra conducta es una función de nuestras decisiones, no de nuestras condiciones".

¿Qué se puede hacer?

"El medio para hacer cambiar de opinión es el afecto, no la ira" (Dalai Lama)

Si tenemos en nuestro entorno una persona que se muestra reiteradamente colérica (dejando al margen siempre casos no patológicos), hemos de considerar en primer lugar los posibles motivos: estamos ante una persona a la que la inseguridad y/o alguna manifestación del miedo la está colapsando.

No ayudará, por tanto, censurar su comportamiento ni mientras lo muestra (no está en condiciones de aceptarlo) ni en algún momento posterior (aunque lo acepte, su seguridad se verá inevitablemente minada). Tampoco funcionará dejarlo públicamente en evidencia. Todo ello no hará más que reforzar su inseguridad y, por tanto, la directa manifestación de esta: su reactividad y su agresividad.

Hay un camino que sí ayudará, aunque será lento en algunos casos y exigirá una gran dosis de empatía y generosidad: aceptar a la persona, comprenderla y, una vez comprendida la raíz de sus miedos, darle seguridad.

Con aquellas personas de nuestro entorno a las que queremos ayudar tenemos una posible estrategia a seguir: en lugar de enfadarnos con ellas cada vez que se muestran agresivas, podemos llevar a cabo un trabajo de fondo, que consistirá en ir dándoles mensajes positivos cada día. Esta estrategia no trata de tapar sus comportamientos agresivos. Trata de compensar y superar el mal de base, el origen de la agresividad, que es su falta de seguridad. La persona que muestra actitudes agresivas sabe perfectamente que no lo está haciendo bien, y no necesita que se lo recordemos. Lo que le ocurre es que no sabe de dónde proceden estas actitudes, y en esto es en lo que nuestra ayuda a través del refuerzo de su seguridad puede ser fundamental.

En los encuentros accidentales con gente que se muestra puntualmente agresiva, y a la que quizá ni conocemos, podemos responder con una pauta fija: serenidad y la mejor de las sonrisas.

Y cuando somos nosotros los que nos comportamos agresivamente, será bueno que analicemos qué tipo de situación ha desencadenado nuestra reacción: porque aquello ante lo que reaccionamos con irritación es precisamente aquello sobre lo que nos sentimos inseguros, aquello que no tenemos resuelto en nuestras vidas. Identificar lo que no tenemos resuelto y trabajarlo será la solución definitiva, más que intentar que un disciplinado autocontrol nos haga evitar un brote de cólera.

Agresividad, una palabra que rima con soledad. Está científicamente demostrado que tenemos mayor propensión por relacionarnos con aquella gente que nos muestra una actitud amable. No hace falta que hablemos con ellos; la sola expresión afable ya nos invita a la relación. Y siguiendo el razonamiento, parece lógico pensar que tendremos de forma natural una especial prevención a relacionarnos con gente que nos muestra una expresión hostil.

La agresividad con los demás levanta altos muros de aislamiento y lleva con el tiempo a la soledad. La gente se distancia hasta cortar todo vínculo de relación. A nadie nos gusta pasar un mal rato en nuestra interacción con los otros. Y ya no es una cuestión de tenerle miedo al agresivo. Es el simple y humano deseo de sentirnos bien en compañía de los demás.






sábado, 13 de agosto de 2011

CASANDRA Y LA EDUCACIÓN (2)


EL PACTO

Es la palabra de moda, la segura panacea de todos nuestros males, la esperanza de un futuro mejor o la coartada para que todo siga igual. Tenemos los ojos puestos en ellos, con el sincero desencanto de la causa perdida o con cierta ironía hipócrita del que no espera nada pero del que tampoco desea nada. Se trata de la escenificación del autismo político predominante, la perfecta representación de un teatro del absurdo en la que no hay actores y espectadores sino que los papeles de una misma función se encuentran repartidos de igual manera entre la platea, el escenario y las bambalinas. Aplaudamos el melodrama y aplaudámonos a nosotros mismos. Pero cambiemos el foco y proyectemos su luz sobre otro tablado, el de nuestro lugar de trabajo, el de nuestro centro. ¿Cuál es nuestro pacto? Quizás el de “si tú me dejas en paz yo te dejo en paz a ti”, quizás el de “no hay nada que una más que el de un enemigo común” o el de “puesto que el ideal es imposible pongámonos de acuerdo en no acometer tampoco lo posible”, “puesto que nuestras opiniones son diferentes mejor no tocar las cosas”, el del lenguaje políticamente correcto, el de medir las palabras, el de guardarnos las disidencias. Es ahí donde percibimos lo complicado que es alcanzar acuerdos, lo renuentes que somos al diálogo, lo duro de los compromisos y las obligaciones. Es ahí donde nos hacemos conscientes de lo difícil que es un pacto y de lo reacios que somos a intentarlo. Para ser sinceros con nosotros mismos, no deberíamos hablar de pactos, sólo deberíamos hablar de componendas.

DE ANALFABETOS

¿A qué invitan nuestros centros? ¿de qué nos hablan sus paredes? ¿qué se respira en su entorno? ¿la educación planificada empieza y acaba en nuestra materia? ¿hay iniciativas más allá de esos cincuenta minutos? Es un centro, sí, ¿de qué? ¿Se trata de un entorno de aprendizaje rico? Lo sabemos, nuestros alumnos no tienen deseo por saber aquello que no saben. No tienen curiosidad. Lo sabemos, en las familias no siempre se cuida esa curiosidad. ¿La tenemos nosotros? ¿Qué leemos? ¿Por qué nos interesamos? ¿Qué hacemos en nuestro tiempo libre? ¿La transmitimos? ¿La contagiamos? ¿Es el centro un proyecto común o una mera suma de agregados? ¿Estamos un centro cultural, verdaderamente cultural o ante un mero centro expendedor de aprendizajes? ¿A qué nos aproximamos más? Horario de apertura y de cierre de la ventanilla; por favor, guarden su turno; guarden silencio, no se muevan, no piensen fuera de las horas establecidas ni más allá de las normas obligadas. No, no, no. ¡Qué bonita es la creatividad! ¿La estimulamos o nos estorba? ¡Qué linda la curiosidad... y cuanto incordia un niño curioso!

Se acabó hace años el analfabetismo, hoy el sistema educativo, los centros educativos, han de estar para algo más, corremos el riesgo de sacar en serie personal letrado, pero analfabeto funcional; personal instruido pero analfabeto cultural, personal enciclopédico pero analfabeto emocional. ¿Y nosotros?

CORINTIOS XIII Remake

(Un discurso pasado de moda)

Aunque domine todos los idiomas y tenga el don de la palabra, si me falta emoción, conocimiento y sinceridad en lo que digo no soy nada más que una campana que resuena sin parar.

Aunque controle las nuevas tecnologías y esté a la última en el software y el hardware más moderno, si no hay cercanía y humanidad en mi trato no soy sino una fría herramienta al servicio de los poderosos.

Aunque haya leído todos los libros, llenado mi currículum de títulos y de créditos, si mi sabiduría no nace de mi contacto con la realidad y de mi sensibilidad ante el dolor y el sufrimiento no soy sino un engolado patán que vive de la adulación y de la falsedad.

Aunque presuma de mi fe o de mi ideología, de la férrea defensa de mis valores, si no tengo ternura y capacidad de escucha y diálogo no soy sino una roca sorda a lo que a mi alrededor ocurre.

Aunque sea capaz de hacer las más bellas programaciones, hilar con soltura competencias, objetivos, contenidos, indicadores y criterios de evaluación si mi práctica no transmite pasión, no se interroga y no crea personas críticas, libres, comunicativas y solidarias, no pasarán de ser papeles pasto para las llamas.

Aunque pretenda dar lecciones desde la cátedra de mi grandeza si no tengo amor sólo es ostentación hueca que a nadie le sirve.

El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza de la verdad.

El amor nunca pasará. Las tecnologías quedarán desfasadas y perderán su razón de ser, callarán las lenguas y ya no servirá el saber más elevado, porque todo saber queda muy imperfecto. La ternura, la humanidad, la emoción, la sinceridad, el diálogo, el amor, en eso consiste el verdadero conocimiento y sabiduría, la que nunca dejara de ser necesaria.

CASANDRA Y LA EDUCACIÓN (1)

CASANDRA Y LA EDUCACIÓN (1)


En mis cortos años en el CEP tuve la ocasión de elaborar un modesto y efímero periódico relacionado con la biblioteca, en él escribí una pequeña columna firmada por Casandra. El mito de Casandra siempre me ha seducido. Fue sacerdotisa de Apolo, con quien pactó, a cambio de un encuentro carnal, la concesión del don de la profecía. Sin embargo, cuando accedió a los arcanos de la adivinación, rechazó el amor del dios; éste, viéndose traicionado, la maldijo escupiéndole en la boca: seguiría teniendo su don, pero nadie creería jamás en sus pronósticos. No creo tener la facultad de la adivinación pero sí me he sentido siempre, no sólo en mis años de docencia, un poco Casandra en la medida en la medida en que mis análisis raramente han sido tenidos en cuenta, quizás porque, como me decía un amigo, lo que soy es (solo) un "tocapelotas". Recupero las seis breves columnas quizás porque el papel es perecedero pero el universo (de internet) es eterno e infinito.

No hay educación sin encuentro.

No hay educación si frente a frente están personas ficticias, simulacros de verdad. No hay encuentro si ambas partes andan escondidas entre máscaras. El proceso educativo lucha por penetrar el caparazón, a veces puede uno dudar si existe tal proceso educativo. No es posible ese proceso en el No Lugar en el que corremos el riesgo de ir convirtiendo nuestros centros. Que no nos afecte lo que allí pasa. Que el reloj corra deprisa. En el juego de apariencias la educación es humo que se disipa rápidamente al abrir las puertas. Es por eso por lo que se hace cada vez más necesario recuperar los lugares de encuentro verdaderos, aquellos donde las emociones entretejen lazos, donde uno puede manifestarse con la tranquilidad de no ser juzgado o prejuzgado, donde es posible iniciar redes de colaboración, donde caen las máscaras y se dejan salir las pasiones que contagian.

El no lugar

Un "no-lugar" es un término arquitectónico utilizado para designar esos lugares en donde no hay identidad, ni vínculos directos entre el que lo ocupa y el lugar mismo. Un espacio donde eres anónimo, donde nada te afecta.... generalmente se vincula mucho con los centros comerciales. ¿Corren el riesgo los centros educativos de derivar hacia ese tipo de espacios? ¿Qué identidad tenemos? ¿Cuál es su historia? ¿A quién importa? Una historia hecha a base de momentos de paso, de días que pueden prolongarse en años. ¿Qué vínculos? ¿Qué afectos? ¿Qué referencia suponen para nuestra vida cultural y emocional? No eres ya un simple número, ¿pero importa tu vida o se mantiene en la densa niebla del anonimato? ¿Caminamos hacia centros comerciales expendedores de créditos educativos? Trabajar las competencias no puede quedar reducido a un nuevo trámite administrativo que nada cambie. y, mientras tanto, las personas van y vienen, desarrollan gran parte de su vida allí y sólo están deseando olvidar. Salir de allí y olvidar, que suene el timbre, que me llegue la edad y olvidar. El no lugar.

¿INOCENTES O CULPABLES?

La realidad no nos satisface del todo. Incluso, a menudo, no nos satisface nada. El eterno descontento nos persigue, nos agobia, nos atrapa. ¿Y nosotros, que pintamos en esa realidad? La respuesta puede realizar un recorrido desde la ansiedad hasta el resentimiento, es el camino desde el sentimiento de culpabilidad hasta el de inocencia. Paralizados por el primero, desencantados por el segundo, los dos confluyen en un mismo diagnostico: inmadurez, la del niño que aterrado espera el castigo o la del que se perpetúa en la eterna inocencia, la tentación de la inocencia que siempre echa la culpa a otros. Los culpables siempre son ellos. ¿Y nosotros, pasmarotes al mando de oficiales ciegos, inútiles ante la realidad? Quizá la trampa estribe en la propia pregunta. No hemos cometido delito pero tampoco podemos negar nuestra participación en los hechos. Ni culpables ni inocentes, sí responsables. Esa es la madurez, asumir la cuota de responsabilidad que nos corresponda, y saber que una persona, en cualquier lugar marca la diferencia, hace la realidad, en algún grado, diferente; y que el viaje de miles de kilómetros comienza con un solo paso, ese paso, grande o pequeño, en la dirección adecuada, que está a nuestro alcance y que solo nosotros somos responsables de haber dado o no.

CASANDRA Y LA EDUCACIÓN (2)