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lunes, 14 de noviembre de 2011

LA INEVITABILIDAD DE LA EDUCACIÓN EMOCIONAL

La educación emocional puede parecer para muchos una moda más, la ocurrencia de turno del gobernante que tiempo habrá para ignorar, para dejar, como hemos hecho otras veces, reducida a letra impresa en un boletín oficial, para así dedicarnos a lo “nuestro”, aquello que sí es de nuestra competencia, las materias de toda la vida que han sobrevivido y sobrevivirán a cualquier moda. Y, sin embargo, si algo nos compete, si en algo hemos ocupado nuestro tiempo, seamos conscientes o no, ha sido en la educación emocional. Podemos haber enseñado pocas o muchas Lengua y Matemáticas, podemos ser de Latín o de Física, podemos saber mucho o no saber nada de nuestra materia; explicar de una manera o de otra, hablar de más o de menos, pero lo que todos, todos, habremos educado o maleducado será emocionalmente a nuestros alumnos. Cada día, con cada gesto, con cada palabra, con cada tono de voz, con cada aproximación, con cada distanciamiento, con cada una de las actitudes e iniciativas que hallamos tomado hemos estado transmitiendo una emoción y hemos estado provocando una emoción. Nosotros no somos alguien pasajero en la vida de nuestro alumnado, alguien anecdótico, podremos jugar a serlo, pretender que lo somos pero nunca será así.

La educación es, por encima de todo, un encuentro entre personas, con sus expectativas, con sus cargas vitales que a veces pesan como una losa en el proceso de aprendizaje, con sus sueños, con sus temores, con los complejos que a veces, sin querer, nos empeñamos en remachar como un clavo que creemos no suficientemente afianzado. Todo esto forma parte de la educación emocional y que esta es esencial en la educación. No se puede escindir en dos la vida de uno, la personal por un lado y la profesional por otro, como si se pudiera colgar quién era en la percha de la entrada para recogerlo al final de la jornada, como si se pudiera dejar los afectos y las emociones fuera, lo que quería ser y con lo que disfrutaba, como si esas horas allí formaran parte sin más de un obligación que había que cumplir de la manera más aséptica posible, sin mancharse, sin implicarse demasiado, sin que nos dejara huella. Como si mis alumnos pudieran hacer lo mismo. La deriva hacia el no lugar, aquel por el que pasamos sin dejar nada de nosotros en él, por el que pasamos sin que deje nada de él en nosotros. Lugar de paso fácilmente intercambiable por otro.

Pero la educación emocional no es un añadido, se encuentra inmersa en todo el proceso de enseñanza-aprendizaje y constantemente ayuda o entorpece el mismo. Por ejemplo, educar en la creatividad implica partir de la idea de que ésta no se enseña de manera directa, sino que se propicia.

· Favoreciendo en los estudiantes el desarrollo de una tolerancia a la ambigüedad, dándoles más espacio en las clases para pensar sobre una situación problemática que se les presenta y estimulándolos a reflexionar desde el principio.

· Favoreciendo la voluntad para superar obstáculos y perseverar. Una clase donde los obstáculos se convierten en oportunidades y no en amenazas.

· Desarrollando la confianza en sí mismo y en sus convicciones a través de indicadores que no siempre sean las buenas notas.

· Enseñando a nuestros alumnos a vencer el temor al ridículo y a cometer errores, ya que esto representa romper con reglas establecidas. En el caso del temor a cometer errores es importante aprender a reciclar los mismos como fuente de aprendizaje y evitar que el alumno tenga miedo a equivocarse ante el maestro. Hay que ayudar a los alumnos a librarse del miedo a cometer errores, manifestando tolerancia y respeto por sus ideas, cuestiones y producciones.

· Protegiendo las producciones de los alumnos de la crítica destructiva y de las humillaciones de sus compañeros.

· Rompiendo con aquellas creencias en las cuales el maestro tiene la verdad acerca del conocimiento a construir y el alumno debe encontrarla bajo el control de este experto; donde el maestro constantemente habla y el alumno escucha y les hace sentir en las clases que está plenamente seguro de lo que enseña, que hay poco que descubrir e indagar en relación con esto. Este tipo de maestro genera actitudes en los alumnos ante el aprendizaje que se caracterizan por la inseguridad, la pasividad, la sumisión, la dependencia, la repetitividad, la reproducción de conocimientos más que la construcción activa del mismo.

· Convirtiendo las aulas en espacios para asombrarnos, experimentar e investigar. Uno de los recursos más importantes y al alcance del educador es la capacidad de asombrarse ante cada comentario reflexivo o creativo de sus alumnos. Para lograr lo anterior el maestro ha de propiciar un conocimiento lleno de sorpresas y situaciones inesperadas. Es decir, lleva a los alumnos a disfrutar de lo inesperado y lo incorpora dentro del proceso de enseñanza-aprendizaje que está ocurriendo.

Qué es todo esto sino trabajar las emociones con nuestras emociones. Confianza, asombro, temor, ridículo, la creatividad solo puede desarrollarse en un clima en el que prevalezcan las dos primeras, y será imposible donde predominen las dos últimas. A partir de ahí podremos poner en práctica las técnicas que deseemos y que hayamos aprendido, sin ese clima toda técnica será inútil.

Creatividad y aprendizaje, en general, se encuentran directamente ligados al concepto de autoestima. Fortaleciendo esta estamos facilitando ese aprendizaje, debilitándola nos encontramos destinados al fracaso.
Dentro de las causas que pueden desencadenar un bajo autoconcepto y una baja autoestima podemos encontrar:

- Carencias afectivas.

- Infravaloración del yo.

- Déficit en habilidades sociales.

- Falta de asertividad.

- Menoscabo de su autoestima por parte de sus familiares.

- Sentimiento de soledad.

- Falta de autonomía personal.

- Pérdida de habilidades cognitivas: memoria, atención...

Para corregir las causas que contribuyen a que formemos una autoimagen negativa de nosotros mismos, es preciso que centremos nuestra atención en los siguientes aspectos:

- La vinculación. Estableciendo un grado positivo de vinculación con los demás.

- La singularidad. Conciencia de que somos únicos con unas cualidades propias que nos hacen ser diferentes, apoyada por el respeto y aprobación que se recibe de los demás por esas cualidades.

- El poder. Tener sensación de poder significa tener conciencia de la disposición de los medios, oportunidades, y capacidades de modificar las circunstancias de nuestra vida de manera significativa.

- Las pautas de comportamiento que reflejan la habilidad de la persona para referirse a ejemplos humanos, filosóficos y prácticos adecuados que le sirvan para establecer su escala de valores, objetivos, ideales y exigencias personales.

- La asertividad, que supone sentirse a gusto con los demás, sentirse satisfecho, sentirse a gusto consigo mismo, estar relajado, sentirse con control de sí mismo y de las circunstancias.

Todos estos aspectos suponen la preparación de las condiciones adecuadas para el aprendizaje y es, evidentemente, pura y dura educación emocional. Planteársela o no implica la búsqueda del éxito o la aceptación, de entrada, del fracaso.

Nos encontramos constantemente transmitiendo información, pautas de comportamiento, modelos, a través de ese currículum oculto siempre presente, de la educación informal que se práctica desde el primer minuto de entrada hasta el último de salida. Ponemos en práctica, a menudo, técnicas destinadas a fallar por no tener esto en cuenta. La última moda de la animación a la lectura que no hace lectores puede ser un buen ejemplo de esto. Se lee por dos cuestiones obvias, porque se puede y porque se quiere. En el primer caso nos referimos, fundamentalmente, a la competencia lectora y a la existencia y uso de la biblioteca. En el segundo nos encontramos de nuevo con un componente emocional. Son muchos los ejemplos a nuestro alrededor por los cuales una persona se encuentra con la situación ideal para ser lectora y, sin embargo, inevitablemente parece empecinarse en no leer. Sencillamente no lee porque no quiere. ¿Por qué motivos adoptamos un comportamiento? Fundamentalmente por dos: porque se trata de un comportamiento que me atrae por las razones que sean o porque la que me atrae es la persona que lo tiene y yo, en el fondo, quiero parecerme a ella.

o Porque se trata de un comportamiento que me atrae. Un persona decide adoptar un comportamiento bien porque en si mismo le resulta placentero o, aún no siendo placentero en lo inmediato, supone una gratificación posterior que lo rentabiliza haciéndolo merecer la pena. Estamos empeñados en transmitir a nuestros alumnos el placer que representa la lectura, el disfrute que se consigue en el acto mismo de leer. la magia de la lectura. Así es con frecuencia, pero leer no siempre es un placer, a menudo supone un esfuerzo necesario para conseguir otros objetivos y sólo la consecución de estos justifica ese esfuerzo inicial. Educar es capacitar al alumno para realizarlo y convencerlo de que es un comportamiento válido para la vida. El fruto de esa magia a veces sólo lo veremos después de haber pasado el trago. No convenceremos de la conveniencia de la lectura a nuestros alumnos si no es a través de, al menos, uno de estos dos caminos. Conseguir que descubran la pasión de la lectura es entrar directamente en el camino de los sentimientos. La pasión se comunica con pasión, el placer disfrutando, la creatividad ejercitándola. Animar y motivar la lectura sólo se realiza con ánimo y motivación. Con actividades que así lo transmitan y con un clima permanente favorecedor de esa experiencia. Pero educar también es transmitir que leer resulta a menudo un esfuerzo árido pero que compensa en la vida y que nos va a aportar capacidades para crecer en ella. Un plan de lectura también ha de hacer posible esa experiencia: la del esfuerzo gratificante no necesariamente a corto plazo. Aportar al alumno los recursos necesarios para hacer de la lectura una experiencia satisfactoria, no frustrante y las pruebas habituales de que ese comportamiento es beneficioso.

o Porque hay un modelo humano que me lo contagia. Por último, adoptamos un comportamiento porque imitamos un modelo con el que nos queremos identificar. No me convencen los discursos de la persona, me convence la persona en sí. Me convence un comportamiento que le veo practicar. Me seduce la persona y me seduce el comportamiento. No adopto esa conducta tanto por un convencimiento racional como por un proceso de contagio. Entramos de lleno en el factor humano. ¿Cómo modificar esas prácticas sin hacerlo con la persona que las practica? No se disfrutará si antes el maestro no disfruta, no sentirá emoción si el maestro no se emociona, no habrá pasión si sólo percibe desapasionamiento, no leerá si no ve y escucha leer a su maestro, será un comportamiento que rechazará si rechaza el modelo de persona que le presenta el maestro. No modificaremos esas prácticas si a nuestra vez no sabemos y no queremos. Como dice muy expresivamente Víctor Moreno, la lectura es un virus que se contagia y no se puede contagiar aquello que no se padece.

Pero el contagio no solo es aplicable a la lectura sino a la mayor parte de los conocimientos que pretendemos transmitir. Somos un modelo, querámoslo o no, tenemos el foco permanentemente puesto sobre nosotros. Nos podemos desentender de ello y comportarnos como un funcionario ideal, neutral, aséptico, distante, pero seguiremos siendo un modelo y ese modelo que estamos proyectando sobre nuestro alumnado favorece o interfiere en el aprendizaje. La responsabilidad profesional, la responsabilidad cívica, la responsabilidad humana nos lleva a tomar en serio este asunto. Se trata de educarlos y educarnos a nosotros a la vez. Hacer del proceso educativo un proceso de crecimiento personal para todos los que se encuentren implicados en él. Podremos, pues, aceptarlo o rechazarlo, pero no nos engañemos, en este último caso estaremos hablando de comodidad o miedo. Comodidad, no querer complicarse la vida, o miedo a mostrarnos ante los demás como somos o, incluso, a vernos ante nosotros mismos.

Un programa de educación emocional que debería abarcar varios niveles:

1. Desarrollo emocional del docente a través:
a. De la autorreflexión sobre la práctica educativa y de la reflexión sobre nosotros mismos.

b. De un programa de sesiones para el entrenamiento emocional.

2. Integración de prácticas educativas adecuadas para el desarrollo de las capacidades de armonización cognitivo-emocionales.


a. En el aula.


b. En la organización y funcionamiento del centro.

3. Programa para el entrenamiento emocional del alumno integrado en el currículum ordinario a través de:


a. Sesiones en las áreas.


b. De la acción tutorial en horas de tutoría.





martes, 18 de octubre de 2011

CONCIENCIA EMOCIONAL


La Conciencia Emocional es para Daniel Goleman la capacidad de reconocer el modo en que nuestras emociones afectan a nuestras acciones y la capacidad de utilizar nuestros valores como guía en el proceso de toma de decisiones. Las personas dotadas de esta competencia:

• Saben qué emociones están sintiendo y porqué.


• Comprenden los vínculos existentes entre sus sentimientos, sus pensamientos, sus palabras y sus acciones.


• Conocen el modo en que sus sentimientos influyen sobre su rendimiento.


• Tienen un conocimiento básico de sus valores y sus objetivos.


Richard Boyatzis define la conciencia de sí mismo como: "la capacidad de permanecer atentos, de reconocer los indicadores y sutiles señales internas que nos permiten saber lo que estamos sintiendo y de saber utilizarlas como guía que nos informa de continuo acerca del modo como estamos haciendo las cosas"

Trabajar la conciencia emocional en los centros educativos hace necesario resaltar de entrada un previo: Educar en emociones sólo es posible mediante las actitudes que el docente mantiene en el aula, ese saber estar y saber ser es el elemento fundamental de esa educación. El aprendizaje de las actitudes solo es posible conviviendo con esas actitudes y en educación esas otras actitudes han de ser, fundamentalmente, las del docente. Sin asumir eso cualquier pretensión de educar en emociones será una parodia. Por lo tanto, trabajar la conciencia emocional con el alumnado exige paralelamente trabajarla, de un modo sincero, en el profesorado. Tomar conciencia de las emociones que predominan en la interacción con el alumnado y de las acciones en que se traducen en el aula y el modo en como influyen en nuestra labor educativa. Se trata de un proceso de crecimiento personal, sí, pero que no es gratuito, sino que se encuentra íntimamente vinculado con nuestra labor profesional. Podemos rechazar implicarnos en ello argumentando esa no es tarea nuestra, no diremos que se trata, sobre todo, de miedo y de comodidad, que eso es lo que somos, cómodos y miedosos, y que por ello insistimos en persistir en el error de creer que lo que somos y como somos no afecta a lo que pretendemos enseñar. El acto de aprendizaje es un acto en gran medida, emocional. Solo aquello que se encuentra vinculado a una emoción perdura, el resto es perecedero.

El trabajo de la conciencia emocional supone diferentes fases.

a. Adquirir vocabulario de las emociones.

b. Diferenciar emociones.

c. Reconocer las propias emociones y efectos. Saben qué emociones están sintiendo y porqué.

d. Reconocer las consecuencias de nuestras reacciones.

e. Valoración adecuada de uno mismo: conocer las propias fortalezas y debilidades.

Begoña Ibarrola, a propósito de esta toma de conciencia expone en su ponencia sobre la educación de la inteligencia emocional:

CONOCIMIENTO DE LAS PROPIAS EMOCIONES (AUTOCONCIENCIA): Capacidad de reconocer un sentimiento en el mismo momento en el que aparece, lo que constituye la piedra angular de la Inteligencia Emocional. El niño no posee un conocimiento emocional innato de las situaciones y conflictos. Creer que el niño por el mero hecho de crecer sabrá reaccionar de la mejor manera, en el momento oportuno, ante la persona adecuada y en el grado correcto es una gran equivocación. La percepción de nuestras propias emociones implica saber prestar atención a nuestro propio estado interno. Pero estamos muy poco acostumbrados a hacerlo y es preciso aprenderlo desde pequeños. Existen numerosas actividades para aprender a notar lo que sentimos, basta comenzar a prestar atención a las señales corporales que acompañan su aparición. Las emociones son el punto de intersección entre mente y cuerpo, se experimentan físicamente, pero son el resultado de una actividad mental También es importante evaluar su intensidad: es preciso detectarlas en el momento en que aparecen, con poca intensidad en principio para ser capaces de controlarlas sin esperar a que nos desborden. El segundo paso es aprender a identificar y a poner nombre correctamente a cada una. Hablar sobre nuestras emociones incrementa nuestra capacidad de control de las situaciones, la reparación de un estado de ánimo alterado y la búsqueda de soluciones a los problemas.

Parece una obviedad decir que el aprendizaje al que se hace referencia anteriormente es válido para niños y para adultos, es un aprendizaje para toda la vida, y sus beneficios lo son para toda persona en cualquier circunstancia en la que se encuentre, sobra decir que saber controlar las situaciones, reparar los estados de ánimo alterados y encontrar soluciones a los problemas surgidos por ellos pone el dedo en la llaga de uno de los elementos clave del perfil docente, una de las demandas principales de su formación permanente.

Dentro de la bibliografía adecuada para trabajar la Conciencia Emocional, en la red en encontramos los libros:

EDUCAR LAS EMOCIONES, de Mireya Vivas, Domingo Gallego y Belkis González


EDUCACIÓN EMOCIONAL Propuestas para educadores y familias, de Rafael Bisquerra, como coordinador. Solo el índice y la introducción, interesante su desglose de emociones.

Otra bibliografía:

EDUCACION SOCIEMOCIONAL EN LA ETAPA DE PRIMARIA, de Anna Carpena, Editorial Octaedro. Un libro con una buena parte teórica y otra de propuestas metodológicas, actividades y recursos.

Otros libros, fundamentalmente prácticos, todos ellos de Wolters Kluwer / Educación, son:

EDUCACIÓN EMOCIONAL. PROGRAMA PARA 3 - 6 AÑOS, de Èlia López Cassà.

EDUCACIÓN EMOCIONAL. PROGRAMA PARA EDUCACIÓN PRIMARIA (6-12 AÑOS), de GROP (coordinado por Rafael Bisquerra) y Agnès Renom.

EDUCACIÓN EMOCIONAL, PROGRAMA DE ACTIVIDADES PARA ESO, de Montserrat Cuadrado y Vicent Pascua, como coordinadores.

EDUCACIÓN EMOCIONAL. PROGRAMA DE ACTIVIDADES PARA EDUCACIÓN SECUNDARIA POSTOBLIGATORIA, de Manel Güel y Josep Muñoz.

EDUCACIÓN EMOCIONAL Y BIENESTAR, de Rafael Bisquerra Alzina. Libro fundamentalmente teórico con un buen capítulo que analiza diferentes tipos de emociones.

Para el trabajo con docentes:

BIENESTAR DOCENTE Y PENSAMIENTO EMOCIONAL, de Carlos Hué García, también de Wolters Kluwer / Educación.


lunes, 12 de septiembre de 2011

El lado negativo del optimismo


El lado negativo del optimismo

El pensamiento positivo dicta que la actitud influye en la evolución de las enfermedades y en el logro de objetivos, lo que, a veces, victimiza al que fracasa. Pero querer no siempre es poder. ¿Qué es más eficaz: cambiar de ideas o de acciones?


SERGIO C. FANJUL 07/09/2011 EL PAÍS


Cuando a la escritora Barbara Ehrenreich le detectaron un cáncer de mama descubrió, para su sorpresa, que todo lo que rodeaba a la enfermedad era de color de rosa. Lo importante era mantener una actitud positiva, eso ayudaría a curarla. Las enfermas no eran víctimas, sino luchadoras. Los lazos rosas y ositos de peluche, emblemas de las asociaciones contra este cáncer, acompañaban al tratamiento. Al fin y al cabo la enfermedad no era más que un reto y una oportunidad para reinventarse y evolucionar.

Pero Ehrenreich se encontraba asustada, furiosa y, en medio de tanta positividad, bastante sola. Quería comprensión y no sonrisas. El súmmun de esta perversión, a ojos de la escritora, son las palabras del ciclista Lance Armstrong (ganador de siete Tours) cuando, una vez recuperado, declaró: "El cáncer es lo mejor que me ha pasado en la vida".

El pensamiento positivo dicta, según explica Ehrenreich, que la actitud personal influye en el desarrollo de la enfermedad y, en general, condiciona unívocamente la consecución o no de los objetivos de los individuos. El éxito o el fracaso dependen exclusivamente de uno mismo y no del azar o de sus circunstancias vitales. Esto produce una victimización del que fracasa: todas las culpas recaen sobre uno mismo. "Cada vez parece que hay menos excusas para no ser felices, comienza a ser una obligación", explica Juan Antonio Huertas, profesor de Psicología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM).

"Los enfermos no te piden ser felices sino que te adaptes a sus demandas y a sus necesidades. Generalizar la obligación de ser feliz siempre es, en ocasiones, una obligación tiránica. Hay estudios que demuestran, por ejemplo, que para mejorar el bienestar y la predisposición de un paciente no hay que intentar que cambie su actitud y empiece a pensar en positivo, es más eficaz cambiar acciones que ideas, por ejemplo, dejar que pueda controlar algo de su vida en el hospital (cuando se despierta, sus visitas, que alguien conteste a sus preguntas, etcétera)", apunta Huertas.

En su ensayo Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo (Turner), Ehrenreich parte de su experiencia con la enfermedad (que superó: es una superviviente) para dar un repaso a las diferentes facetas de este tipo de pensamiento, que considera germen de la autoayuda, los telepredicadores televisivos estadounidenses, la psicología positiva, e, incluso, causante en buena medida de la galopante crisis económica mundial. Todo ello conectado por el hilo del optimismo.

"No abogo por el optimismo ilusorio, que aboca al desastre, pero sí por un optimismo inteligente: los optimistas toman las riendas de su vida, mientras que los pesimistas se rinden a las circunstancias. Lo realmente necesario es un punto de vista realista, aunque el realismo es un arduo problema filosófico, pero con la ilusión de la transformación del mundo", disiente Carmelo Vázquez, profesor de psicología de la Universidad Complutense y coautor, junto con María Dolores Avia, del libro Optimismo inteligente (Alianza).

"La psicología positiva es una aproximación diferente a la psicología, tradicionalmente enfocada en los problemas psicológicos. Intentamos completar la visión desde el otro lado, estudiando el gozo, la alegría, no solo la depresión, sino lo bueno que tenemos", agrega.

"En autoayuda", continúa Vázquez, "hay libros malísimos, como los de algunos gurús de la felicidad. Es lastimoso. Pero existen autores dignos en la psicología positiva". Pese a todo, Ehrenreich arremete contra todo el negocio de la autoayuda, el coaching, etcétera. Ejemplo: libros como el best seller El secreto, de Rhonda Byrne, y su ley de la atracción, según la cual la visualización de objetos y situaciones y la actitud positiva, conduce a su consecución de forma casi mágica. Para tener el coche de tus sueños, basta con visualizarlo y desearlo con suficiente intensidad.

La excusa perfecta

"Los libros de autoyuda se apropian de unos resultados científicos, aparentemente novedosos, los amplifican y los simplifican. Lamentablemente los trabajos científicos de base que vampirizan no tienen tales aspiraciones. Al pasar del ámbito científico al popular se tiende a banalizar. El secreto, en efecto, habla de cosas imposibles físicamente, es pernicioso, crea ilusiones imposibles", opina el profesor Huertas.

El libro ¿Quién se ha llevado mi queso?, que Ehrenreich critica duramente, entronca el pensamiento positivo con el mercado laboral. En él se explica que cuando uno pierde su empleo (su trozo de queso en la metáfora del libro, que protagonizan unos ratones) no puede cegarse con la protesta o el victimismo, sino que debe correr rápido en pos de un nuevo trabajo (un nuevo y suculento trozo de queso) antes de que un competidor se le adelante.

Es una justificación de la flexibilidad laboral. "Si la psicología positiva se ha instalado tan fuertemente dentro de la cultura y repercute como lo hace en la vida cotidiana de las personas no es tanto por su valor de verdad científico y psicológico, porque resulta muy útil a ciertos intereses particulares. Uno de los campos al que más práctico le ha resultado esta postura es al mundo empresarial", dice Edgar Cabanas, psicólogo investigador sobre este tema en la UAM."El pensamiento positivo crea ciudadanos dóciles, menos críticos. Identifica a los empleados con los valores de la empresa. Se aumenta la productividad al menor coste posible, y se lubrica la salida de los trabajadores de las empresas".

Y de ahí, según Ehrenreich, a la crisis económica. Según se explica en Sonríe o muere, durante la época de bonanza era anatema tener previsiones pesimistas: todo iba viento en popa y los analistas o asesores financieros que preveían el desastre eran mal vistos o, simplemente, despedidos. Nada malo podía pasar.

Ehrenreich concluye que más que vivir autoevaluándose constantemente y tratando de ser positivo puede uno alcanzar el bienestar tratando de mejorar el mundo exterior de forma práctica: "Habrá que construir diques, llevar comida a los hambrientos, encontrar remedios... Quizás no todo nos salga bien, seguramente no salga bien a la primera, pero podemos pasarlo muy bien mientras lo intentamos".

Aquí se vuelve a los planteamientos del profesor Vázquez: "Si te fijas en el carácter de la gente transformadora, es optimista. Precisamente el mérito está en los que somos pesimistas y nos esforzamos en ser optimistas. En la situación actual del mundo, no podemos permitirnos perder la esperanza".

viernes, 19 de agosto de 2011

Neutralizar la agresividad


Neutralizar la agresividad

FERRAN RAMON-CORTÉS 12/06/2011 EL PAÍS

Vivimos con un alto nivel de crispación: en la política, en el trabajo, en la calle... ¿Qué hay detrás de esta comunicación tan agresiva? ¿Cómo podemos combatirla?

Voy a buscar a mis hijos a la escuela. En un paso de cebra cercano a la entrada, por el que han de cruzar cada día los niños, me encuentro a un padre estacionado con su flamante Mercedes. Con absoluta serenidad, le hago notar que está bloqueando el paso justo en el punto por el que pedimos a diario a nuestros hijos que crucen para hacerlo con seguridad. Su respuesta no me atrevo a reproducirla. Lo más cariñoso que me dijo fue: "Métete en tus asuntos, y si te aburres, monta una ONG...", a lo cual seguía un grosero insulto.

"Es importante no caer en el terreno de juego de la agresividad ajena para mantener en todo momento nuestro juicio"

Estoy en la panadería del barrio. Dos chicas entran con un perro. Un cliente les llama la atención avisándoles de que está prohibido entrar en el local con animales. Entre ellas, pero alzando la voz para que el hombre las oiga, comentan: "Ya estamos. Otro [insulto] que se aburre en casa y tiene que venir a dar lecciones a la gente...".

Estas son solo dos anécdotas recientes. Pero lo cierto es que muchas veces uno tiene la sensación de que hoy día la agresividad flota en el ambiente. Una agresividad gratuita, innecesaria y que en ocasiones raya la violencia. Una agresividad que hace de la relación casual con los demás una experiencia nada agradable, y que pone en jaque la convivencia. Y cada vez que nos enfrentamos a ella surge la misma pregunta: ¿qué le pasa a esta persona?, ¿por qué tanta irritación?

Detrás de la agresividad

"La violencia es el miedo

a los ideales de los demás" (Mahatma Gandhi)

Ante un estímulo externo tenemos dos comportamientos posibles: responder o reaccionar. En el primer caso controlamos de forma consciente nuestro comportamiento. En el segundo actuamos sin control. En este contexto, la agresividad no es nunca una forma de respuesta, sino de pura reacción.

La reacción es un impulso automático del ser humano, que procede del instinto de supervivencia, y que tiene lugar cuando percibe un peligro o se siente atacado. Así pues, la agresividad es en esencia una reacción defensiva de alguien que en un momento dado se siente provocado.

Al margen de la agresividad patológica, que no es objeto del presente artículo, hay distintos orígenes para los comportamientos agresivos ocasionales con los que nos obsequia la gente en nuestro día a día:

- Hay agresividad que procede de nuestra inseguridad: cuando nos sentimos inseguros ante algo o alguien, cuando no dominamos algo y alguien nos cuestiona o nos pone en duda, la reacción por defecto será con toda probabilidad agresiva. Solo desde una gran dosis de seguridad personal podemos responder serenamente si alguien nos cuestiona.

- Hay agresividad que procede de nuestra falta de valor para decir lo que tenemos que decir: cuando tenemos que dar malas noticias, o hacer alguna observación negativa, y somos de los que nos cuesta hacerlo, nunca encontramos el momento adecuado. Y cuando finalmente hacemos acopio de valor, y lo decimos, nos vamos directamente y sin darnos cuenta al otro extremo, pasando de callarnos a decirlo con agresividad.

- Hay agresividad que simplemente procede de nuestra inquietud, de nuestros nervios: cuando algo nos inquieta, sea porque estamos ante una persona importante, porque hemos trabajado mucho en el tema o por cualquier otro motivo, es difícil responder ante cualquier observación sin alterarnos, manteniendo un tono constructivo.

- Y hay también agresividad que procede de nuestro sentimiento de culpa. Este sería a mi entender el caso de los ejemplos descritos al inicio. Cuando el sujeto se siente culpable y sabe que ha hecho mal las cosas, vive el comentario que le hagan como una agresión que le induce al ataque. En este caso, lo que hace es proyectar su enfado en los demás, cuando en realidad con quien está enfadado es consigo mismo.

En todos los casos la raíz es común, y se trata del miedo en cualquiera de sus formas o matices. Como afirma el Dalai Lama, "la ira nace del temor", y ciertamente, cuando alguien o algo nos da miedo, la reacción colérica o fuera de tono no se hace esperar.

¿Cómo responder?

"El buen juicio no necesita de la violencia" (León Tolstói)

A menudo, ante los ataques de alguien, no sabemos reaccionar. Aguantamos estoicamente su brote de ira, y nos quedamos por el camino con la sensación de que es esa persona la que en el fondo se sale con la suya y consigue sus fines (es evidente que el padre del flamante Mercedes no movió ni un centímetro su coche, y que yo desistí de hacer nada más al respecto).

Pero probablemente esto sea lo mejor que podemos hacer. La recomendación fundamental ante una persona irritada es por encima de todo no reaccionar nosotros, y en muchos casos ni tan siquiera la respuesta serena merece la pena, puesto que si el otro está fuera de sí, no va a procesar nada de lo que le intentemos decir.

Lo que es seguro es que ante una persona agresiva no lleva a ninguna parte dejarla en evidencia, afearle su conducta o intentar discutir. Porque caeremos inevitablemente en una espiral de reacciones y contrarreacciones que muy pronto nos hará perder el control a nosotros y nos encontraremos comportándonos a merced del otro.

Es importante vivir la agresividad ajena con la prevención de no caer nunca en su terreno de juego, no caer en la provocación y reaccionar, para mantener así y en todo momento nuestro juicio. Como afirmó Viktor Frankl, "no podemos controlar los acontecimientos, pero sí nuestra reacción a ellos", y, como nos recuerda Stephen Covey, "nuestra conducta es una función de nuestras decisiones, no de nuestras condiciones".

¿Qué se puede hacer?

"El medio para hacer cambiar de opinión es el afecto, no la ira" (Dalai Lama)

Si tenemos en nuestro entorno una persona que se muestra reiteradamente colérica (dejando al margen siempre casos no patológicos), hemos de considerar en primer lugar los posibles motivos: estamos ante una persona a la que la inseguridad y/o alguna manifestación del miedo la está colapsando.

No ayudará, por tanto, censurar su comportamiento ni mientras lo muestra (no está en condiciones de aceptarlo) ni en algún momento posterior (aunque lo acepte, su seguridad se verá inevitablemente minada). Tampoco funcionará dejarlo públicamente en evidencia. Todo ello no hará más que reforzar su inseguridad y, por tanto, la directa manifestación de esta: su reactividad y su agresividad.

Hay un camino que sí ayudará, aunque será lento en algunos casos y exigirá una gran dosis de empatía y generosidad: aceptar a la persona, comprenderla y, una vez comprendida la raíz de sus miedos, darle seguridad.

Con aquellas personas de nuestro entorno a las que queremos ayudar tenemos una posible estrategia a seguir: en lugar de enfadarnos con ellas cada vez que se muestran agresivas, podemos llevar a cabo un trabajo de fondo, que consistirá en ir dándoles mensajes positivos cada día. Esta estrategia no trata de tapar sus comportamientos agresivos. Trata de compensar y superar el mal de base, el origen de la agresividad, que es su falta de seguridad. La persona que muestra actitudes agresivas sabe perfectamente que no lo está haciendo bien, y no necesita que se lo recordemos. Lo que le ocurre es que no sabe de dónde proceden estas actitudes, y en esto es en lo que nuestra ayuda a través del refuerzo de su seguridad puede ser fundamental.

En los encuentros accidentales con gente que se muestra puntualmente agresiva, y a la que quizá ni conocemos, podemos responder con una pauta fija: serenidad y la mejor de las sonrisas.

Y cuando somos nosotros los que nos comportamos agresivamente, será bueno que analicemos qué tipo de situación ha desencadenado nuestra reacción: porque aquello ante lo que reaccionamos con irritación es precisamente aquello sobre lo que nos sentimos inseguros, aquello que no tenemos resuelto en nuestras vidas. Identificar lo que no tenemos resuelto y trabajarlo será la solución definitiva, más que intentar que un disciplinado autocontrol nos haga evitar un brote de cólera.

Agresividad, una palabra que rima con soledad. Está científicamente demostrado que tenemos mayor propensión por relacionarnos con aquella gente que nos muestra una actitud amable. No hace falta que hablemos con ellos; la sola expresión afable ya nos invita a la relación. Y siguiendo el razonamiento, parece lógico pensar que tendremos de forma natural una especial prevención a relacionarnos con gente que nos muestra una expresión hostil.

La agresividad con los demás levanta altos muros de aislamiento y lleva con el tiempo a la soledad. La gente se distancia hasta cortar todo vínculo de relación. A nadie nos gusta pasar un mal rato en nuestra interacción con los otros. Y ya no es una cuestión de tenerle miedo al agresivo. Es el simple y humano deseo de sentirnos bien en compañía de los demás.