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viernes, 29 de julio de 2011

6 MIL MILLONES DE OTROS



6 mil millones de Otros es una vídeo exposición de Yann Arthus-Bertrand, realizada por Sibylle d´Orgeval y Baptiste Rouget-Luchaire, que propone un encuentro inquietante con millones de Otros, a lo largo de 78 paises y de 5.600 entrevistas realizadas, en cada una de las cuales se muestra como desde el Otro es que el sujeto posee un lenguaje y es desde el Otro que el sujeto piensa.

Del pescador brasileño a la tendera china, del artista alemán al agricultor afgano, todos respondieron a las mismas preguntas sobre sus miedos, sus sueños, sus dificultades y sus esperanzas. Desde el testimonio más superficial hasta el más profundo, la emoción nos hace dedicar más tiempo a la reflexión.

"6 mil millones de Otros" nació del sencillo deseo de conocer al Otro: aprender a vivir juntos es, ante todo, tener ganas de conocerse, atreverse a dar el primer paso, hacerse preguntas, escuchar y entrar en la historia del Otro. Al reunir testimonios filmados en todo el mundo, "6 mil millones de Otros" reúne en realidad la diversidad de los Otros y, al mismo tiempo, nos hace sentir los aspectos más universales del ser humano.

Es Yann Arthus-Bertrand, su autor, quien cuenta como fue su origen y su motivación:

“Todo comenzó con una avería de helicóptero, un día, en Malí. Esperando al piloto, conversé con un aldeano durante todo un día . Me habló de su vida cotidiana, de sus esperanzas, de sus miedos: su única ambición era alimentar a sus hijos.

Interrumpido mi trabajo para una revista, me sumergía en los problemas más elementales. Me miraba directo a los ojos, sin quejas, sin pedidos, sin resentimiento. Había llegado allí a fotografiar paisajes, fui cautivado por su mirada, por su palabra.

Luego soñaba con poder escuchar sus palabras, sentir lo que nos une. Puesto que vista desde arriba, la Tierra aparece como una superficie enorme para compartir. Pero en cuanto aterrizaba, empezaban los problemas. Me encontraba confrontando la rigidez de las administraciones de cada país, y sobre todo la realidad de las fronteras impuestas por los hombres, símbolo de la dificultad de vivir juntos.


Vivimos una época increíble. Todo va a una velocidad enloquecedora. Tengo sesenta años y cuando pienso en la manera en que vivían mis padre, es apenas creíble. Hoy tenemos a nuestra disposición herramientas de comunicación extraordinarias: podemos verlo todo, saberlo todo y la cantidad de información que circula nunca ha sido tan grande. Todo esto es muy positivo. Lo irónico es que al mismo tiempo, seguimos conociendo tan poco a nuestros vecinos. Hoy, sin embargo, la única acción posible es ir hacia el Otro. Entenderlo.

Pues en todas las luchas que están por venir, ya sea la pobreza o los cambios climáticos, ya no podremos actuar solos. El tiempo en que nos podíamos permitir pensar sólo en nosotros mismos, en nuestra pequeña comunidad se ha acabado. De ahora en adelante, no podemos ignorar lo que nos une y las responsabilidades que esto supone.

Somos más de seis mil millones en la Tierra, y no habrá desarrollo sostenible si no conseguimos vivir juntos. Es por eso que « 6 mil millones de Otros» es tan importante para mí. Creo en ello porque afecta a cada uno de nosotros, y porque es una incitación para actuar. Espero que cada uno a su vez tendrá ganas de hacer estos encuentros, de escuchar al Otro y darle vida a « 6 mil millones de Otros » agregando su testimonio para expresar su deseo de vivir juntos.

6 mil millones de Otros es un excelente recurso para trabajar la educación emocional y la educación en valores. Más apropiado para el trabajo en la E.S.O., el Bachillerato y en los ciclos de F.P. aunque no descarto su utilización en el último ciclo de la Educación Primaria.

Una somera orientación para su trabajo puede ser:

- Trabajar por temas. La duración del vídeo de cada unos de ellos va desde los aproximadamente veinte minutos a la hora.

- Plantear el tema, su pregunta central, como respuesta personal, con anterioridad o posterioridad al visionado.

- Destacar la intervención más sobresaliente en cada uno de ellos, la emoción que hay detrás, la vivencia, la emoción que nos ha producido.

- Destacar las emociones principales que subyacen en cada uno de los temas. Dialogar sobre ellas.

- Enfocar el trabajo desde la perspectiva norte / sur, ricos / pobres, mundo desarrollado / mundo subdesarrollado.

- Proponer un trabajo similar sobre algún de esos temas en el entorno.

La organización de la exposición en el Museo San Telmo de San Sebastián propone el siguiente dossier pedagógico.

A continuación tenéis la mayoría de esos vídeos que también pueden encontrarse en you-tube y la relación completa y subtituladas en frances en la página del proycto.


DIFERENCIAS. ¿Te has sentido alguna vez rechazado por alguna característica inherente a ti que no hayas elegido? ¿Cómo lo has vivido? ¿Te produce rechazo en las otras personas alguna de esas características? ¿Cómo se manifiesta ese rechazo? ¿Vivimos en una sociedad que asume facilmente las diferencias? ¿Cuáles sí y cuáles no?






ESTAR EN CASA. ¿Tus abuelos y tus padres nacieron en la misma localidad donde vives? ¿Crees que España y Europa ha de acoger personas por motivos políticos? ¿Y económicos? Si tuvieses que emigrar, ¿qué es lo que más echarías de menos? ¿Qué es para ti estar en casa? ¿Con qué emociones relacionas la palabra casa?





FAMILIA. ¿Qué agradeces más y qué reprochas más a tus padres? ¿Qué tipo de familia predomina en tu entorno social? ¿La familia te es más veces carcel o refugio? ¿Con qué otras palabras asocias la de familia? ¿Con qué emociones?







FELICIDAD. ¿Qué es para ti la felicidad? ¿Es compatible con el sufrimiento? ¿A qué podías prescindir sin dejar de ser feliz? ¿A qué no? ¿Puede nuestra educación influir en cómo ser o no felices?




HACER DURAR EL AMOR. ¿Qué harías y qué no harías por amor? ¿Hay que "hacer durar el amor" o simplemente reconocer cuando se acaba? ¿Hasta que punto crees que hay -o tiene que haber- vinculación entre amor y matrimonio? ¿Qué crees que es imprescindible para que dure el amor?




HISTORIAS DE AMOR. ¿A quién amas más en esta vida? ¿Cómo percibes el amor de los otros? ¿Cómo expresas el amor? ¿Hay diferentes clases de amor?






LLANTO. ¿Te sientes capaz de reconocer públicamente los motivos que te hacen llorar? ¿Cuándo lloraste por última vez? ¿Te importa llorar en público? ¿Qué sientes al hacerlo? ¿Cuándo es la última vez que has hecho llorar a alguien? ¿Qué sientes cuando ocurre?




MIEDOS. ¿Son las amenazas más reales las que nos dan más miedo? ¿A qué tienes miedo? ¿Qué haces para superarlo? ¿Disfrutas con el miedo? ¿Qué sientes en el cuerpo cuando tienes miedo?





PERDONAR. ¿Perdonas con facilidad? ¿Pides perdón con facilidad? ¿Se puede perdonar a quien no pide perdón? ¿Qué es lo que más te cuesta perdonar? ¿Cómo manifiestas estar ofendido? ¿Y el perdón? ¿Qué sientes cuando eres ofendido? ¿Y cuándo eres perdonado? ¿Y cuándo perdonas?





PRIMEROS RECUERDOS. ¿Cuáles son tus primeros recuerdos? ¿En general son alegres o tristes?






PRUEBAS. ¿Qué hecho sabes que recordarás toda la vida? ¿Cómo vivimos las desgracias ajenas? ¿Qué acontecimiento te ha puesto a prueba de alguna manera?






SENTIDO DE LA VIDA. ¿Tiene algún sentido la vida? ¿Te gusta la vida que llevas? ¿Qué más necesitas? ¿Vivimos en una sociedad satisfecha? ¿Qué piensas que es lo prioritario en la vida?






SUEÑOS DE INFANCIA. ¿Puedes contar tu mayor sueño? ¿Y en tu primera infancia? ¿Cómo recuerdas esos sueños? ¿Qué sueña nuestra sociedad?









SUEÑOS Y RENUNCIAS. ¿A qué sueño has tenido que renunciar? ¿Cómo lo viviste? ¿Se cumplen los sueños? ¿Es posible la utopía? ¿Es bueno soñar?





Otros Vídeos:

- Ruanda, historias de un genocidio
-
Voces del Clima.











jueves, 14 de julio de 2011

VENGANZAS DESVIADAS



El dolor y el sufrimiento es consustancial a la vida. La injusticia, desgraciadamente, también. No se trata de sustantivos comunes abstractos que simplemente designan abstracciones, ideas, sino que tales conceptos vienen a concretarse en nombres propios, Juan, Marta, Inés, Carlos, Dolores. Nombres propios que se encuentran encarnados en rostros, manos, pies, amaneceres y anocheceres, miradas y silencios. Personas de carne y hueso con las que convivimos, que nos encontramos en la calle, que son nuestros vecinos, que quizás somos nosotros. Pero, ¿quiénes son los responsables de todo ese padecimiento? Los responsables no siempre tienen nombre propio, no tienen rostro. ¿Quién es el responsable del cáncer? ¿Quién el de la esclerosis múltiple? ¿Quién el de la soledad? ¿Quién el de la locura? ¿Quién de la simple frustración? A menudo su rostro se encuentra difuminado, su presencia resguardada en un mundo que nos es ajeno, inalcanzable, desconocido. ¿Quién es el responsable del hambre? ¿Quién de la pobreza? ¿Quién del paro? ¿Quién del reparto desigual y escandaloso de la riqueza? Nombres que parecen ser de ficción, personajes de un relato misterioso, tenebroso o épico, su reino no es de este mundo. En otras ocasiones puede ser que los responsables sí sean conocidos, cercanos, sus oídos capaces de escuchar nuestra voz, su cuerpo al alcance de nuestras manos, su existencia sensible a nuestras iniciativas, pero nuestra voz se apaga ante ellos, su cuerpo parece blindado ante nuestra presencia, su existencia imperturbable. El temor, el miedo nos atenaza.

Pero el ser humano necesita responsables, chivos expiatorios a los que responsabilizar del mal que sufrimos, otros seres humanos a los que insultar, cuerpos a los que golpear, reos a los que condenar. No importa su relación con el mal en sí lo que importa es el hecho de conseguir un culpable. Lo que importa es el calor del rebaño al corear los insultos, es la gratificación del eco retornando a nuestros oídos, es la descarga de energía al golpear, el desahogo irracional de la frustración, el regocijo al realizar el juicio sumarísimo, el sentimiento de poder al ejecutar la sentencia.

Es la necesidad de vengarse de la vida, de lo que le ha tocado de ella en el reparto. Dolor, hambre, miseria, soledad, desprecio, tortura, muerte. ¿Quién mejor para este comportamiento que un don nadie resentido? Un don nadie que vive en sí el fenómeno de la transubstanciación en el que se opera el cambio del no ser al ser, del nadie al uno más, del impotente al poderoso, del ignorante al sabio, arropado en la necedad del rebaño. Soldados de un ejército desmemoriado a la conquista de la nada, arrasando esperanzas, expulsando desdichas, triunfadores patéticos degollando al cordero.

Y quién mejor para convertirse en chivo que un nadie, aquel a quien le ha sido negado hasta el don. Es la lucha de los don nadie contra los nadie, es el acto tranquilizador de la venganza, pero de una venganza que ha desviado su objetivo, que ha cambiado su punto de mira para enfocar a aquel que sabe por debajo de él, fácil adversario, el antagonista ideal. Son los nadies, los harapos de la vida: negros, amarillos, gitanos, sudacas, seres desprovistos de su particularidad y disueltos en nombres comunes, despectivos, no contables, masa informe de despreciados; otras razas, otras culturas, otros países, otra pobreza, otros pobres, donde descargar la rabia, sobre los que alzar el pozo en el que nos hundiremos. El poder tranquilizador de la venganza. Y tras la batalla, ¿continuará paseando el responsable sobre los charcos de sangre? ¿Será posible evitar el ciclo infinito de venganzas? Oiremos una y otra vez el monólogo de Shylock en El Mercader de Venecia de Shakespeare :

“Soy un judío. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?
Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío insulta a un cristiano, ¿cuál será la humildad de éste? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del jud
ío, si quiere seguir el ejemplo del cristiano? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado."

En el ejercito de los don nadie vengativos, ¿cómo podremos encontrar en él nuestro nombre propio? ¿cómo podremos mirarnos al espejo? ¿cómo podremos ver reflejada en él nuestra mismidad?



miércoles, 13 de julio de 2011

DISCREPAR SIN CREAR CONFLICTOS


Discrepar sin crear conflictos. FERRAN RAMON-CORTÉS. EL PAÍS. 15/05/2011

En los grupos, la discusión ayuda al crecimiento. Sin embargo, mal gestionada puede derivar en conflictos entre las personas. ¿Cómo podemos discrepar sin enfrentarnos?

Participé recientemente en una reunión estratégica de una importante organización. Fue una sesión larga, donde el consejero delegado expuso las líneas maestras de gestión de los próximos dos años, y presentó diversos proyectos. Éramos 14 personas en la sala. Estábamos convocados con el objetivo de dar nuestro parecer a las propuestas que se nos presentaban. Yo era la primera vez que participaba en la reunión, así que opté por la discreción. Pero es que nadie dijo nada: ni un comentario, ni una discrepancia, ni la más mínima objeción. Podría ser porque todos estuvieran de acuerdo, pero no es lo que sus caras me transmitían. En el almuerzo posterior a la reunión, comenté este hecho con uno de los veteranos asistentes, y su respuesta fue elocuente: "Aquí, para tener paz, nos regimos por el artículo 22: el jefe siempre tiene razón...".

"Es mejor debatir una cuestión sin llegar a resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla"

El valor de la discrepancia

"Si en una reunión estáis los diez de acuerdo en todo, probablemente sobran nueve" (James Hunter)

En muchas organizaciones, en muchos grupos humanos y también en muchas relaciones, la discrepancia no solo no es bienvenida, sino que es temida. Se vive como un factor de potencial desestabilizador del grupo o de la relación, y se evita siempre que se puede. Sin embargo, la discrepancia en un grupo de trabajo o en una relación no solo no es peligrosa o dañina sino que es de gran ayuda y debería ser siempre deseable. Solo a través de la discrepancia las personas somos capaces de cuestionarnos las cosas, explorar nuevos caminos y buscar nuevas soluciones a viejos problemas. La discrepancia ayuda a los grupos a que crezcan intelectualmente y desarrollen su inteligencia colectiva, una inteligencia que poco tiene que ver con el coeficiente intelectual individual de los miembros del grupo, y mucho tiene que ver con los intercambios comunicativos entre sus miembros.

Ni en el contexto de un grupo, ni en el de ninguna relación deberíamos aspirar al acuerdo permanente, porque ello significaría renunciar automáticamente al crecimiento que nos aportan las diferentes maneras de afrontar una decisión o un problema.

Y si la discrepancia es positiva, ¿por qué tantas veces la tememos o la evitamos? Probablemente ello se debe a que demasiadas veces, lo que empezó como una legítima discrepancia acaba en una violenta discusión sin saber muy bien por qué. Lo que en realidad tememos no es la discrepancia, es el conflicto.

Discrepancias que derivan en discusiones

"En toda discusión no es una tesis lo que se defiende, sino a uno mismo" (Paul Valéry)

Caemos en la discusión no porque estemos en desacuerdo sobre algo, sino porque reaccionamos emocionalmente a lo que el otro ha dicho. La explicación al hecho de convertir una conversación en discusión la encontramos en el cómo decimos las cosas, más que en el qué decimos.

Podemos estar en desacuerdo sobre un tema, y podemos discrepar abiertamente sobre él sin que entremos en conflicto, pero para que esto suceda, hay una delgada línea roja que no debemos cruzar, y que es el juicio personal. En el momento en que la otra persona se sienta juzgada, y por extensión atacada, el conflicto está servido.

Muchas veces traspasamos esta línea roja de forma inconsciente. Pero la cruzamos. Imaginemos que alguien nos presenta una propuesta y no nos gusta. Es muy distinto decir algo como "la idea no me ha levantado de la silla", a soltar que "se nota que no te lo has currado". En el primer caso hablo de mí y de la impresión que me ha causado la propuesta, mientras que en el segundo caso juzgo al otro, sin ni siquiera saber si mi juicio es cierto, con un riesgo de que se sienta atacado. Lo mismo ocurrirá en el terreno personal de las relaciones. Si alguien me levanta la voz será distinto decirle "la forma en que me hablas me duele" que optar por un juicio como "eres un histérico".

Así pues la clave está en el impacto emocional de nuestras palabras, no en su contenido. No es el desacuerdo lo que nos hace discutir. Es el sentirnos ofendidos, atacados, menospreciados, o cualquier otro sentimiento que se desprenda de la manera en que nos hablan.

Buscando la 'Pax Romana'

"La única forma de salir ganando de una discusión es evitándola" (Dale Carnegie)

Esta afirmación es sin duda cierta, pero no por ello siempre deseable. Porque aunque debemos evitar siempre que podamos el conflicto, no debemos renunciar, por evitarlo, a hablar y confrontar las cosas cuando tenemos discrepancias.

Hay organizaciones, y sobre todo hay relaciones, que huyen sistemáticamente de toda discrepancia, instalándose en una ficticia pax romana que crea una ilusión de permanente bienestar. Pero las organizaciones (y las relaciones) que optan por este camino, se estancan y acaban muriendo de inanición. En primer lugar, porque renunciando a contrastar opiniones e ideas se renuncia también al crecimiento. Y en segundo lugar, porque esta pax romana no es natural, y la organización (o relación) se acaba asentando en una asfixiante hipocresía que es claramente desmotivante.

El debate de ideas es el motor de crecimiento personal y organizativo. Y renunciar a él para evitar los conflictos es firmar la sentencia de muerte de la empresa o la relación. Como afirmó Joseph Joubert, "es mejor debatir una cuestión sin resolverla, que resolver una cuestión sin debatirla".

Adicionalmente hay que tener en cuenta que la ficticia pax romana, cuando se rompe, lo hace de forma agresiva y descontrolada, pues salen a la luz sentimientos escondidos y reprimidos durante tiempo. Hay un efecto péndulo, y pasamos en un instante de la paz a la guerra, sin un punto intermedio.

Volver a retomar el camino

"No porque hayas hecho enmudecer a una persona la has convencido" (Joseph Morley)

El conflicto en una discusión proviene siempre de una reacción emocional. Así pues, si hemos caído en él, y queremos solucionarlo, debemos resolver las emociones.

En lugar de enzarzarnos en interminables defensas de nuestros argumentos, busquemos qué nos ha separado en el terreno emocional, e intentemos superarlo. Lo podremos hacer si somos capaces de expresar estas emociones. No es un diálogo fácil. Requiere que se lleve a término en serenidad, no en pleno fragor de la batalla. Requiere muchas veces también una preparación previa: avisar al otro que queremos tener este tipo de conversación, para que venga emocionalmente preparado y no ponga por delante todos sus mecanismos de defensa.

Y hemos de saber que no siempre lo podemos lograr. Dos no se entienden si uno no quiere. Pero es bueno tener la iniciativa, y probarlo, porque la mayoría de nosotros sí queremos entendernos con los demás.

CULPA Y PERDÓN

CULPA

Reivindico el sentimiento de la tan denostada culpa. Denostada en la medida en que nos encontramos inmersos en una sociedad dominada por la tentación de la inocencia. No existe culpa, no existe responsabilidad, somos inocentes, somos i-rresponsables. No hay voluntariedad en las faltas, no hay conciencia de daño. La tentación de la inocencia es también el traslado de la responsabilidad a otras instancias y la búsqueda de chivos expiatorios. No es sana la conciencia de culpa patológica, la que nos hunde en la miseria sin capacidad de reacción, aquella que asume todo error sin detenerse en su voluntariedad y todo daño sin valorar su entidad; pero sí lo es aquella otra que toma conciencia de esos errores y de las contradicciones que pueden suponer para el proyecto de vida que uno tiene (la tentación de la inocencia va pareja a la ausencia de proyecto de vida). Sé el origen religioso que esta tiene y entiendo que en este como en otros muchos casos decir religioso es decir humano. Valoro la máxima protestante luterana, “siempre pecador, siempre penitente, siempre justo” en la medida en que puede permitirte permanecer siempre en tensión, alerta, consciente de tus debilidades y fracasos, y, a la vez siempre asumiendo esa responsabilidad y siempre actuando para superarse. La culpa como el conflicto, es oportunidad de mejora, pero, a la vez, y previamente es un enorme peso que recae sobre uno mismo. En la sociedad acomodada este peso es un estorbo, algo de lo que es legítimo prescindir; pero sin ese peso no se da necesidad de cambio. Sin peso previo no hay posibilidad de liberación posterior. Existe una escena en la película “La Misión” de Roland Joffé, en la que un antiguo cazador furtivo de indios para la esclavitud, arrepentido, asqueado de sí mismo, interpretado por Robert De Niro, intenta expiar su culpa de una forma extraordinariamente ilustrativa, cargando con un enorme fardo compuesto por sus armas y armaduras de batalla. Con él, arrastrándolo, atraviesa ríos y escala montañas. Es el peso desmesurado de la culpa a la espera de la liberación final que solo puede llegar con el perdón.

Y el perdón llega en la figura de un indio que cuchillo en mano transforma la venganza en cortar la cuerda que le une al fardo. Armas y armaduras caen al vacío. Rodrigo de Mendoza ha sido liberado no solo del lastre que arrastraba, también del de la culpa. Todos con la vida nos vamos haciendo, de alguna manera, victimarios, solo de algunas de nuestras víctimas tenemos la oportunidad de solicitar su perdón, de esperar la mano que corte las ataduras que nos unen al sentimiento de culpabilidad; pero la gran mayoría permanecerá en el anonimato, en la lejanía, y lo que es peor, imposibilitados, nosotros, para escapar de ese destino, condenados, si lo intentamos, a repetir el de Virata, en la novela “Los ojos del hermano eterno” de Stefan Zweig. La tentación de la inocencia, en este caso, es mucho mayor, los desconocidos, al serlo, no existen, nuestra responsabilidad es nula, podemos seguir viviendo tranquilos, repitiendo satisfechos las rutinas de nuestra acomodada vida. Quizás nadie corte la soga pero sigue siendo necesaria la conciencia de la culpa, la petición de perdón, el propósito de enmienda.


PERDÓN

Solicitar perdón no supone una muestra de debilidad, al contrario, a mi modo de ver lo es de fortaleza, de personalidad. Se es más grande cuando uno se reconoce lo suficientemente pequeño como para reconocer los errores. Se es mejor cuando uno se descubre en el espejo aspectos de sí mismo que no le gustan y es por ellos por los que pide perdón. Se trata de una práctica sana y sabia, que ayuda a crecer y a madurar. Así lo he intentado transmitir siempre.

Vuelvo la vista atrás y me doy cuenta del daño que en ocasiones he causado. Nunca ha sido premeditado, nunca de forma intencionada, pero aún así el daño ha sido hecho, a personas a las que he querido y quiero, a personas con las que se ha cruzado mi vida o incluso a otras completamente desconocidas para mí, lejanas, ajenas. Un daño no premeditado no significa que sea inocente. No deseamos hacer daño pero somos conscientes de que aquello que hacemos, el paso que damos, lo que decimos, lo hará y aún así lo hacemos o decimos.

El daño de las ilusiones generadas y alimentadas y finalmente defraudadas. El cortejo de las palabras difícilmente medidas. La frustración que acrecienta la fragilidad. Perdón.

Los besos que no di sabiendo que se esperaban. El afecto que no demostré. Todo ese que hoy intento compensar en mi familia. Pero el tiempo de esos besos pasó ya y las personas o no están o si lo están ya no significaría lo mismo. Perdón.

Los palabras no dichas. Los silencios cobardes. Aquello que debió de decirse y no se dijo. El papel que debí de jugar y no jugué. Perdón.

El Mr. Hyde que se escapa, el que destroza momentos, desbarata sonrisas, ese Mr. Hyde que uno observa como desde la distancia, lo contempla traspasando límites, previendo el resultado final, y al que no puede parar, al que no se atreve a parar, hasta que el llanto liberador, tu propio llanto, te hace recuperar cierta dignidad. Perdón.

Las personas a las que por comodidad no acompañé cuando era necesario, a las que por temor no dije la verdad que podía salvarles. Perdón.

A esos alumnos a los que no fui capaz de sacar del agujero. Era mi obligación. Era mi compromiso y no tuve ni la capacidad, ni la disciplina, ni la voluntad suficiente para hacerlo, para, al menos, ofrecerles la oportunidad. Perdón.

Perdón por mi cuota de víctimas. Por ser un victimario despreocupado. Todo ese submundo sobre el que he construido mi vida. No basta con ser honrado si los ladrillos sobre los que estamos asentados están hechos de robos. No basta con una honradez que mira para otro lado, que no es consciente de que gran parte de lo que tenemos les corresponde a ellos. La responsabilidad no es solo de quien roba sino también de quien se beneficia del robo. Ese mundo al que llamamos extranjeros, al que despreciamos, al que cerramos la puerta cuando vienen a buscar una mínima parte de lo que les pertenece. Perdón.

Los que paso por su lado y no miro, su realidad me incomoda. Los que conozco su situación y no ayudo. No piden nada, no debo sentirme obligado. Los que no me quitan el sueño, los que no me generan pesadillas, los que nada me reprochan, los que nada me exigen. Perdón.

He debido arriesgar más y comer menos, sentir más y dormir menos, hacer más y hablar menos, gozar más con otros y no de otros. Perdón.

Quién cortará la soga que me libere de la culpa, quién me abrazará cuando llore, quién reirá conmigo, quién, con derecho para ello, le quitará importancia a mi dolor. Quién me perdonará. Quién me consolará.