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viernes, 12 de noviembre de 2010

ECHANDO LA VISTA ATRÁS: PREGUNTAS Y RESPUESTAS SOBRE LA VIDA PROFESIONAL


¿Qué me queda de verdad de los años que he dedicado a la enseñanza? Algunos nombres, algunos rostros, pequeños momentos, gestos. Afectos. La huella que puedo haber dejado en algunas personas, la huella que ellas han dejado en mí. La permanencia del cariño a pesar de los años y de la distancia, a pesar de mis límites y de mis carencias, de mis errores. La experiencia de perdón, la de la complicidad, la de la comprensión. He sido consciente siempre de aquello que hacia mal, de mis intentos por corregirlo, de lo que no llegaba a intentar, por eso lo que me queda sobre todo es la gratitud por el recuerdo que de mí permanece en algunos de mis alumnos y alumnas, algunas palabras que me regalaron estando yo presente o no: la mejor persona y el mejor maestro que tuve (sé que completamente inmerecida a no ser que refleje un panorama educativo muy pobre, pero como puede evitar uno sentirse mecido por esas palabras); nuestro maestro, fue solo un año pero lo recordamos así, nuestro maestro fue él. Sólo los afectos hicieron posible la gratitud y el perdón. Los afectos hicieron posible esa huella. Son la clave sobre la que se fraguó aquello que salvo de esa vida.
¿Qué recuerdo con dolor? Mis salidas de tono. En la enseñanza tenemos patente de corso para ser como somos sin preocuparnos por ser de otra manera. La búsqueda de un equilibrio emocional, el crecimiento como persona es considerado como ajeno a lo profesional. Los alumnos a los que no llegué, a los que era consciente que no llegaba y que iba dejando alejarse en el camino. Comodidad. Nadie me lo exigía, yo tampoco.
¿Qué me hubiera gustado hacer de otra manera? Haber estado más cerca de ellos; haber tocado más, temeroso de los prejuicios sociales; haberme preocupado más por su vida, por todo lo que levaban por dentro; haber sido mucho más tolerante con sus errores, haber conseguido que los vieran como una oportunidad y no como un fracaso; haber reído y llorado más con ellos.
¿Qué he descubierto qué forma parte de lo esencial? Me han enseñado, sobre todo, mis errores, han sido muchos. Tener claro que la educación es un encuentro entre personas, con sus expectativas, con sus cargas vitales que a veces pesan como una losa en el proceso de aprendizaje, con sus sueños, con sus temores, con los complejos que a veces, sin querer, nos empeñamos en remachar como un clavo que creemos no suficientemente afianzado, que todo esto forma parte de la educación emocional y que esta es esencial en la educación. Siempre estuve convencido de ello y, sin embargo, me faltó el paso para plantearme sus sistematización, su planificación rigurosa. Sé que esta es labor de todo un centro pero que también sé que, como casi todo, esto no nos puede servir de excusa para no intentarlo en solitario si no hay otro remedio.
¿Qué me asusta? Nunca pude escindir en dos mi vida, la personal y la profesional, como si pudiera colgar quién era en la percha de la entrada para recogerlo al final de la jornada, como si pudiera dejar los afectos y las emociones fuera, lo que quería ser y con lo que disfrutaba, como si esas horas allí formaran parte sin más de un obligación que había que cumplir de la manera más aséptica posible, sin mancharse, sin implicarse demasiado, sin que nos dejara huella. Como si mis alumnos pudieran hacer lo mismo. Pero me da miedo la deriva hacia el no lugar, aquel por el que pasamos sin dejar nada de nosotros en él, por el que pasamos sin que deje nada de él en nosotros. Lugar de paso fácilmente intercambiable por otro. La deriva hacia una forma de ver las cosas cada ve más distanciada y desencantada, instalados en el vientre del caballo de Troya pensando que estamos en la ciudad y que Troya es el caballo. Me da miedo que las voces proféticas sean tachadas, como Casandra, de locas, que perdamos aquello que de felicidad nos aporta esta profesión, que aspiremos sin más al funcionariado y que todo lo que venga a importunar nuestra comodidad (por ejemplo, la vida) nos moleste.


EL NO LUGAR

Un "no lugar" es un término arquitectónico utilizado para designar esos lugares en donde no hay identidad, ni vínculos directos entre el que lo ocupa y el lugar mismo. Un espacio donde eres anónimo, donde nada te afecta.... generalmente se vincula mucho con los centros comerciales. ¿Corren el riesgo los centros educativos de derivar hacia ese tipo de espacios? ¿Qué identidad tenemos? ¿Cuál es su historia? ¿A quién importa? Una historia hecha a base de momentos de paso, de días que pueden prolongarse en años. ¿Qué vínculos? ¿Qué afectos? ¿Qué referencia suponen para nuestra vida cultural y emocional? No eres ya un simple número, ¿pero importa tu vida o se mantiene en la densa niebla del anonimato? ¿Caminamos hacia centros comerciales expendedores de créditos educativos? Trabajar las competencias no puede quedar reducido a un nuevo trámite administrativo que nada cambie y, mientras tanto, las personas van y vienen, desarrollan gran parte de su vida allí y sólo están deseando olvidar. Salir de allí y olvidar, que suene el timbre, que me llegue la edad y olvidar. El no lugar.

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